Tu hijo tiene rabietas. Y no lo estás haciendo mal.
Hola de nuevo,
Soy la Dra. Ute Brödel Ampudia, pediatra de la Clínica Alemania, y lo primero que quiero decirte es: lo que le está pasando a tu hijo es completamente normal.
Las rabietas son parte natural del desarrollo infantil.
Suelen comenzar entre los 12 y 18 meses, se intensifican entre los 2 y 3 años, y tienden a disminuir hacia los 4 o 5.
Es muy probable que tu hijo tenga episodios varias veces por semana durante esta etapa, y, en general, duran entre 2 y 10 minutos, aunque algunas pueden extenderse un poco más.
Te cuento a continuación por qué ocurren y cómo actuar:
¿Qué es realmente una rabieta?
“Cuando tu hijo tiene una rabieta, no está “portándose mal”. Está lidiando con emociones que aún no sabe manejar y expresar verbalmente.”
Cuando tu hijo tiene una rabieta, no está “portándose mal”. Está lidiando con emociones que aún no sabe manejar y expresar verbalmente. A esa edad, su cerebro —especialmente las zonas que regulan la emoción— aún está en desarrollo. No tiene las herramientas para decirte “estoy frustrado” o “me cuesta este cambio”. Por eso lo expresa con gritos, llanto o tirándose al suelo.
Una rabieta no es un reto.
Es una señal: tu hijo te está diciendo que algo le supera.
¿Qué puede estar causando las rabietas de tu hijo?
Aquí te resumo los más comunes:
Frustración:
No logra algo que quiere (abrir una tapa, alcanzar un juguete) y se frustra.
Hambre o sueño:
Su malestar físico afecta directamente su estado emocional.
Cambios en la rutina:
Tus hijos se sienten más seguros con rutinas predecibles. Un cambio inesperado (como no ir al parque después de la guardería) puede provocar una rabieta.
Necesidad de atención:
Especialmente si hay un hermano menor o una distracción importante en el entorno (como el móvil).
Sobreestimulación:
Ambientes con mucho ruido, luces o gente lo pueden abrumar.
Deseo de autonomía:
Quiere decidir, participar, sentir que tiene algo de control.
¿Qué puedes hacer tú durante una rabieta?
Aquí es donde más puedes marcar la diferencia. Tu respuesta a su rabieta es clave:
Respira tú primero:
Sí, lo más difícil. Pero tu calma es el ancla emocional de tu hijo. Baja la voz. Respira hondo. Espera unos segundos antes de reaccionar.
Valida lo que siente (aunque no apruebes lo que hace):
Puedes decir “entiendo que estés enfadado” sin ceder ante una demanda inapropiada.
Evita sermones:
En plena rabieta, tu hijo no puede razonar. Espera a que se calme para hablar.
Quédate cerca, disponible:
Algunos niños quieren espacio. Otros necesitan un abrazo. Observa y ofrece presencia.
Pon límites si es necesario:
Si intenta pegar o romper, interviene con firmeza, sin gritar ni humillar.
Habla después:
Cuando todo haya pasado, ponle palabras a lo que ha pasado y enséñale respuestas alternativas.
Recuerda esto: tu hijo no necesita que seas perfecto. Necesita que estés ahí.
Que seas firme, amoroso y que estés disponible.
¿Se pueden prevenir las rabietas?
No todas, pero sí muchas. Aquí tienes cómo:
Establece rutinas predecibles.
Anticípale los cambios: “En 5 minutos nos vamos del parque”.
Ofrécele pequeñas decisiones: “¿Quieres vestirte tú o te ayudo?”.
Ayúdale a poner palabras a lo que siente.
Evita ambientes excesivamente estimulantes.
¿Cuándo preocuparse o consultar un especialista?
Acude a un especialista si:
Las rabietas son muy intensas, frecuentes o duran más de 15-20 minutos.
Hay conductas agresivas o autolesivas.
Interfieren con la vida familiar, escolar o social.
Hay una sensación persistente de que algo no está bien, aunque no sepas explicar exactamente qué.
Cada niño es distinto. Si sientes que necesitas ayuda o simplemente quieres hablar de tu caso en particular, estoy aquí para escucharte.
Un abrazo fuerte y hasta pronto,